Las Rías Baixas cuentan con la ayuda de unos gigantes ancestrales y bondadosos que las protegen del mar de fondo del océano Atlántico: se llaman Cíes, Ons y Sálvora.
Omnipresentes, miran a la vez al abismo que nos separa de la otra orilla, y al entorno familiar y cercano de las rías.
Verlas desde la costa produce siempre una excitación y una alegría que recuerda a la que se vive cuando se ven delfines por nuestras aguas, una especie de conexión inexplicable con algo que nos resulta vital.
Zarpar rumbo a Cíes, es sinónimo de dejarse llevar al corazón del estío, de saborear la sal de la vida, de sentir la levedad del viajero que anticipa con deleite el placer de la travesía.