Cuando se rebusca en la historia y en sus personajes, suelen aparecer coincidencias maravillosas. En 1831 un buque británico llamado Beagle zarpó con el objetivo de explorar la costa oriental de América del Sur. En él viajaba un joven naturalista, Charles Darwin, que en ese viaje comenzaría a esbozar su famosa teoría de la evolución.

Darwin estableció una estrecha amistad con el comandante del buque, Robert FitzRoy, cuya propia historia es digna de una novela. Hijo de aristócratas, con catorce años se embarcó voluntario en una fragata con destino a Sudamérica, en un viaje que duró dos años. Fue el inicio de una fulgurante carrera en la marina británica que le llevaría a comandante del famoso Beagle, a gobernador de Nueva Zelanda (donde mostró sensibilidad por los derechos de la población Maorí, lo que le acabó granjeando la enemistad de los colonos), y a miembro de la Royal Society, entre muchas otras cosas.

Ya jubilado, tras una terrible tempestad que produjo varios naufragios y numerosas muertes en la costa británica, tuvo una visión: debía encontrar una forma de predecir las tormentas para evitar más muertes como aquellas.

Así que se embarcó en la, entonces, impensable empresa de desarrollar un método para predecir el tiempo. Para muchos de sus contemporáneos, semejante osadía era propia de un loco, pues el tiempo no era asunto de los hombres, sino fruto del designio divino.

Su obstinación logró convencer al gobierno británico y fundó hasta quince estaciones costeras que tomaban observaciones meteorológicas de forma coordinada. FitzRoy analizaba concienzudamente esta información y trabajó durante años en el desarrollo de un método de predicción del tiempo basado en datos empíricos, creando así los cimientos de una nueva ciencia. Desgraciadamente, el desafío no era fácil, con los medios de los que disponía, las predicciones eran a menudo equivocadas, y FitzRoy fue fruto de crítica y mofa. Con los años, cayó en una depresión y se acabó suicidando.

Si hoy navegantes, agricultores, turistas, pilotos y un largo etc. pueden disfrutar de unas predicciones meteorológicas de las que depende su bienestar y, a menudo, su seguridad, es, en gran medida, gracias a este hombre. Gracias, Robert.